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A
ALAL – Associação Latino-Americana de Advogados Laboralistas defende
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Noticia
Socialismo de mercado, alternativa realista al capitalismo
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Socialismo de mercado, alternativa realista al capitalismo
Por Jordi Corominas
Sant Julià de Lòria, Andorra
Sant Julià de Lòria, Andorra
Son
muchos los movimientos y grupos en todo el mundo críticos con el orden
existente e implicados en la lucha contra la miseria. Innumerables las
personas que, sin participar en grupos o acciones alternativas,
reconocen que el actual sistema económico nos lleva al abismo. Sin
embargo, hay algo que resulta paralizador o que conduce simplemente a
posiciones fatalistas, cuando no cínicas: la falta de una alternativa a
la estructura económica. En los socialismos del siglo XX se experimentó
que el control centralizado del mercado, aunque los dirigentes y los
trabajadores hubieran sido ángeles, producía ineficiencias mayores que
un mercado capitalista regido por demonios. Entonces, por más guerras,
desplazamientos de población, catástrofes ambientales y aumento de la
miseria que cause el capitalismo, éste puede absorber sin problemas toda
crítica moral y todo pataleo porque siempre puede presentarse como el
menos malo de los modelos económicos conocidos hasta ahora. ¿Pero hasta
qué punto es cierto que no hay alternativas que mejoren el capitalismo? Y
sin ir tan lejos, ¿no es reformable el capitalismo de modo que se pueda
sacar del umbral de la miseria a toda la humanidad sin necesidad
siquiera de buscar alternativas sistémicas?
Un
sistema económico es capitalista (independientemente de si se combina
con un régimen político democrático o una dictadura) si mantiene tres
características esenciales: una propiedad privada de los medios de producción, un mercado regido por la oferta y la demanda, y un trabajo asalariado;
y deja de serlo cuando se altera alguna de estas tres características.
De ese modo, controlar por ley ciertos productos básicos, nacionalizar
algunas empresas, ofrecer seguridad social, educación y sanidad gratuita
constituyen reformas importantes del sistema, pero no un cambio de
régimen económico. En cambio, el control estatal del mercado y de la
propiedad de los medios de producción nos introduce en el modelo
comunista conocido en el siglo XX.
En
la actualidad, de los casi 7 mil millones de personas que vivimos bajo
el sistema capitalista, la mayoría es pobre. 1000 Millones de personas
viven en una pobreza extrema, con menos de 1 dólar por día, 1500 viven
en una pobreza moderada, con menos de dos dólares por día y 2000
millones viven en una pobreza relativa (en Europa el umbral de la
pobreza está fijado en 752 euros mensuales y 80 millones están por
debajo de él en la Comunidad Europea). Se dibujan escenarios mucho más
catastróficos: se estima que en los próximos años 200 millones de
personas pueden verse permanentemente desplazadas por las inundaciones,
el aumento del nivel del mar y las guerras, ahora también incentivadas
por la lucha por los recursos básicos. Si es imposible crecer
permanentemente, sí que es posible un ciclo permanente de crecimiento y
destrucción basado en guerras periódicas. Aunque no sobreviviera más que
una cuarta parte de la población mundial, todavía quedarían unos 1600
millones de personas, la misma población que tenía el planeta en 1900.
Por
suerte, en el mismo capitalismo también se dibujan escenarios de signo
contrario. Aunque son muchos los economistas que defienden que hay una
relación esencial entre capitalismo, guerras y aumento de la miseria,
diversos socialdemócratas defienden que una socialdemocracia mundial
podría humanizar el capitalismo imponiendo medidas como una renta básica
universal para todo ciudadano del mundo. Sin embargo, aun concediendo
que un capitalismo de rostro humano es posible y que las guerras no son
intrínsecas al sistema, hay algo que no tiene solución ni en el mejor de
los capitalismos posibles, y es que la economía en su conjunto debe
crecer para permanecer sana. Sin una tasa de un mínimo del 3% de
crecimiento anual una socialdemocracia mundial también nos llevaría a
escenarios catastróficos (3% es lo que sigue creciendo el PIB en el
mundo aún después de la crisis de 2008). Pero un crecimiento del 3%
anual supone doblar el consumo cada 24 años y a este ritmo consumiremos
16 veces más en 2100 que en el 2000. Sorprendentemente son muchos los
economistas que parecen creer en esta utopía: la posibilidad de un
crecimiento infinito ante unos recursos limitados.
Si
es imposible perpetuar el crecimiento, ¿tenemos que asumir
necesariamente un ciclo de recesiones, guerras y destrucciones para
sanear el capitalismo o la vuelta a una economía comunista? El
socialismo de mercado pretende ser una tercera vía entre ambos sistemas,
que para la estabilidad no depende del crecimiento, y que continúa
favoreciendo la eficiencia y la innovación de los emprendedores. En este
modelo económico la propiedad privada de los medios de producción es
sustituida por una propiedad democrática, manteniéndose el libre mercado
y el trabajo asalariado. Los directores de empresa no responden ante
los accionistas sino ante los trabajadores, que eligen la dirección y
aprueban las directrices básicas. Hay suficientes experiencias que
muestran que empresas productivas pueden ser dirigidas democráticamente
sin perder eficiencia siempre que se dé un cierto grado de autonomía a
la dirección y que los trabajadores entiendan y ejerciten la cultura
cooperativa.
Para
mantener el capital inicial toda empresa es obligada a mantener un
fondo de amortización. Los beneficios obtenidos se reparten según el
criterio de los trabajadores, que pueden optar por pagar más a un
gerente o a determinados trabajos. En caso de que la empresa no genere
los ingresos mínimos, los trabajadores tienen que cerrarla para buscar
trabajo en otro lugar, y los medios de producción regresan a la
sociedad. El mercado sigue funcionando en la asignación de bienes de
consumo y de los bienes de capital según las leyes de la oferta y la
demanda. Los fondos de inversión se generan no ofreciendo un interés a
los ahorradores (mercado de dinero), sino gravando los bienes de
capital. Estos fondos son controlados socialmente abriéndose diferentes
alternativas. En un extremo son los parlamentos los que planifican la
inversión, en el otro son totalmente libres: los bancos reciben los
fondos y los prestan a empresas que quieren expandir la producción o
mejorar su tecnología, o a los individuos o colectivos que quieren
empezar un nuevo negocio.
En
el socialismo de mercado las empresas no necesitan crecer
compulsivamente para mantenerse, cuestión que parece imposible aún en el
mejor de los capitalismos posibles. Una empresa capitalista persigue
maximizar el beneficio de los inversores, mientras que una empresa
democrática persigue maximizar el beneficio para cada trabajador. De ese
modo, los accionistas de una empresa capitalista pueden doblar su
beneficio doblando el tamaño de su empresa, mientras que si una empresa
democrática dobla su tamaño, dobla el número de trabajadores y el
beneficio para cada trabajador no cambia demasiado. Otra ventaja
comparativa respecto al mejor de los capitalismos posibles es que cuando
una innovación conlleva mayor productividad y ganancias, los
trabajadores pueden escoger tiempo libre en lugar de aumentar el
consumo.
En los socialismos del siglo XX la transición pasaba necesariamente por la toma del poder político en un
Estado;
en el socialismo de mercado el cambio se puede hacer sin alterar
profundamente la situación actual: 1, abolición de las obligaciones de
las empresas de pagar intereses o dividendos por las acciones; 2,
declaración de que la única autoridad legal de la empresa son sus
trabajadores; 3, introducción de un impuesto sobre el capital de las
empresas cuyo monto irá a parar a un fondo social de inversión; y 4, la
nacionalización de los bancos, que pasarán a administrar los fondos de
inversión.
Al
día siguiente de todo esto, las personas seguirían yendo a sus lugares
de trabajo y haciendo vida normal. El único cambio drástico sería para
los accionistas. Para evitar conflictos con los anteriores propietarios
de los medios de producción, se les podría conceder una compensación en
forma de generoso honorario que podrían seguir recibiendo durante una o
dos generaciones.
Lo
interesante es que existe ya una amplia base empírica que muestra que
este modelo es eficiente, pues son muchas las empresas regidas
democráticamente. Actualmente la mayor de ellas, líder en
cooperativismo, es la Corporación Mondragón (País Vasco, España). Cuenta
con 83000 empleados, 9000 estudiantes, presencia en 20 países y en
múltiples sectores de la economía. Fortuna Magazine la citaba en
2003 como una de las mejores compañías para trabajar en Europa. Esta
experiencia concreta, competitiva incluso en el marco del capitalismo,
muestra algo muy importante: que como aconteció en la transición del
feudalismo hacia el capitalismo, los cambios pueden comenzar a suceder
mucho antes de que cambie el poder político del Estado.
Todo
lo que en un contexto capitalista conduce a una mayor democratización
de todos los ámbitos y a una mayor participación de los trabajadores en
el ámbito productivo ya es, sin duda, un avance hacia una sociedad
distinta. El socialismo de mercado va de la mano con las luchas por la
democratización y transparencia económica de todas las estructuras
empezando por las universidades, ONGs, iglesias, escuelas, grupos y
partidos que quieran contribuir a una sociedad distinta, y en él pierden
todo sentido y autoridad las organizaciones de carácter vertical o
dictatorial, ya sean éstas una institución de la ONU, como el Consejo de
Seguridad, o una pequeña asociación de barrio.
[Hay una amplia literatura sobre el tema. Una de las propuestas más interesantes es la de David Schweickart, Más allá del capitalismo, Sal Terrae 2002. Cfr. sus textos más recientes en:www.luc.edu/faculty/dschwei/articles.htm, incorporando un amplio bagaje filosófico, véase A. González, La transformación posible, ¿socialismo en el siglo XXI?, Bubok 2010].
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